miércoles, 19 de agosto de 2009

Ángeles del siglo XXI



¿Existen los ángeles? ¿Alguien se acuerda de ellos?

Hace unas semanas me ocurrió algo insólito.
Íbamos con el coche por las calles de Zaragoza en dirección a nuestro bar. Una tarde noche bastante calurosa. Al llegar donde Anselmo Clavé se convierte en Avenida Goya, hay un semáforo que siempre se nos pone en rojo y la obligada parada suele durar unos tres o cuatro minutos.
Hay a la izquierda una especie de placeta rodeada de árboles, un sitio encantador, donde acostumbran a reunirse algunos "vagabundos" (en definitiva, gente que por circunstancias X ha perdido sus raíces, su trabajo, su familia, su casa, o su buena o mala suerte, quién sabe). Hay como un banco corrido en círculo, para favorecer la comunicación, supongo, aunque el sitio es muy discreto. Y allí conversan con sus breaks de vino o el bocadillo de turno. Es una zona de paso, pero no pasa nadie.

En esto se nos acerca uno de ellos, sonriente, muy delgado. Todos sabemos que la reacción inmediata (confesémoslo) es subir la ventanilla y mirar disimuladamente hacia otro lado (no se nos vaya a contagiar algo). Pero, mira por dónde, resulta que no fue ésta la reacción. El señor, de unos 45 ó 50 años, se pone a charlar con nosotros como si tal cosa.

–Hola ¿qué hay? Pues es que veréis. Me acabo de comer un bocadillo así de grande –gesticula con las palmas de las manos– y claro, estaba tan bueno que me he dicho: pues ahora lo que necesito es un cigarrito y ya ¡como dios! ¿No me daríais alguno?

Josemari coge el paquete, le quedan 3 y se lo da íntegro.
–¿Sabes lo que pasa? Que la gente siempre te contesta: No, yo no fumo. ¡Y sí que fuman! ¡Vaya que si fuman! Fuma todo el mundo –nos cuenta mientras lo abre muy contento de ver que tiene hasta para compartir con sus colegas–. Muchas gracias ¿eh? Os va a ir muy bien...

De repente, se me queda mirando y nos sorprende.
–Tu mujer está muy guapa con esa gorra –es una gorra verde militar, de camuflaje–. Sí, estás muy guapa –afirma rotundo–. Y cuida a este hombre.

El semáforo cambia de color. Arrancamos. El hombrecillo se da media vuelta. Me quedo mirándolo girando la cabeza para seguirlo. Me fijo que lleva unos vaqueros demasiado holgados. No son de su talla. ¿Por qué estará aquí este hombre? ¿Cuál sería su vida anterior a esto? La verdad es que me ha dado muy buen rollo.
Mis ojos lo siguen todavía, esperando el momento en que se reúna con sus colegas.
¡Ha desaparecido! Literalmente se ha esfumado.

–¡Te lo juro, Josemari, ya no está!
–Sería un ángel...

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